24/12/16

El cinco por ciento de las personas con agorafobia, ni siquiera salen de casa [24-12-16]


El cinco por ciento de las personas con agorafobia, ni siquiera salen de casa

Al llegar el verano se reproduce con mayor frecuencia este tipo de situaciones. De una manera brusca y sin que haya un agente desencadenante claro se empiezan a notar taquicardias, sudoración, una especie de mareo y sensación de inestabilidad, síntomas similares a los de una angina de pecho o un infarto

Con la llegada del verano se reproducen situaciones clásicas de desplazamientos, viajes a lugares desconocidos, encuentros festivos…; se introduce, en fin, un cambio de hábitos de la conducta humana que, en determinados casos, afectan a las personas agorafóbicas. La literatura científica clásica puntualiza que la agorafobia hace referencia a un miedo intenso a los espacios abiertos.

En la actualidad, tal y como describe el director la unidad de hospitalización psiquiátrica del Hospital San Juan de Dios de Santurtzi y psiquiatra de Avances Médicos, José María Galletero, “la acepción de este término incluye, además, la presencia de síntomas como el miedo a lugares o situaciones donde, en el caso de padecer una crisis de angustia, no pueda disponerse de ayuda inmediata. El término abarca un conjunto de fobias relacionadas entre si, a veces solapadas, entre ellos temores a salir del hogar, a entrar en tiendas o almacenes, a las multitudes, a los lugares públicos y a viajar solo en trenes, autobuses o aviones. Aunque la gravedad de la ansiedad y la intensidad de la conducta de evitación son variables, este es el más incapacitante de los trastornos fóbicos y algunos individuos llegan a quedar completamente confinados en su casa”.

La crisis de angustia se define como “la aparición temporal y aislada de miedo o malestar intensos, iniciados bruscamente, que alcanzan su máxima expresión durante los primeros 10 minutos en los que se evidencian algunas expresiones somáticas como palpitaciones, sudoración, ahogo, opresión torácica, náuseas, vómitos, escalofríos, sofocaciones, atragantamientos, parestesias (sensación de entumecimiento u hormigueo), además de un profundo miedo a morir o a perder el control y enloquecer”.

Apunta el experto que “la agorafobia es el trastorno más frecuente y el más agradecido desde el punto de vista del tratamiento psiquiátrico” y recuerda que “puede ser muy incapacitante, dado que la persona afectada comienza por evitar determinados lugares públicos. Esto va en aumento, hasta el punto de que el cinco por ciento de los pacientes quedan recluidos, evitan salir de casa, incluso a la acera de enfrente”.

Según comenta este especialista, “en un principio el paciente, de una manera brusca, sin que haya un agente desencadenante, un precipitante claro o una situación reconocida empieza a notar taquicardias, sudoración, una especie de mareo y sensación de inestabilidad, aunque no llegue a caerse al suelo. Se trata de una crisis de angustia, con síntomas similares a los de una angina de pecho o un infarto: con dolores de pecho, opresión, temblor, sudoración o mareos, que, sin embargo, no tienen tan graves consecuencias para la salud”.

Sin embargo, resulta difícil hacerles ver esta cuestión. “No obstante, el paciente empieza a coger miedo a morirse, a volverse loco, a perder el control por si pierde el conocimiento y cae al suelo. Esto hace que identifique el lugar donde se ha producido la crisis con la causa –en la calle, en el cine, en el coche…- y empieza a evitar las situaciones donde se ha desencadenado esta crisis. Al final dejan de coger el ascensor, el coche… y empiezan a limitarse. Aún así, estas crisis se siguen reproduciendo y el paciente cada vez evita más situaciones. Este tipo de personas en ocasiones tienen miedo a viajar, a salir de viaje a lugares sonde no tengan un hospital próximo, un centro sanitario de referencia cercano, donde sepan que puedan ser ayudados. Pensar que han de viajar en avión, autobuses, metros, etc… les provoca pánico”.

También añade que “al final, su vida se va reduciendo a lugares comunes, familiares, muy próximos a su casa y a veces sólo acompañado por personas conocidas, con las que ellos se sienten seguros y tienen a experimentar menos ansiedad Algunas asociaciones de personas agorafóbicas de los EE.UU. han diseñado programas de ayuda en los que los propios miembros de la asociación acompañan al paciente en los viajes del metro, en autobuses o en las salidas de los centros comerciales porque eso les da una cierta seguridad”.

A la hora de describir los rasgos más comunes del hábitat en el que aparece esta patología con mayor frecuencia, Galletero apunta que “la agorafobia se presenta habitualmente en la franja de edad que va de los 20 a los 30 años y con mayor frecuencia en el género femenino, en una proporción de dos a uno. También es verdad que cuando la mujer sufre una crisis de angustia de este tipo, consulta más al psiquiatra. Sin embargo los hombres consultan menos y tienden a combatir con el consumo de alcohol como tranquilizante este tipo de crisis o ansiedades, con los riesgos que ello conlleva” y continúa señalando que “la evolución de la enfermedad es irregular y a veces es cíclica, aparece y desaparece por episodios. Existen tratamientos habituales con fármacos –ansiolíticos y algunos antidepresivos- y con psicoterapia cognitivo-conductual que ofrecen buenos resultados en tratamientos breves, de apenas diez sesiones”.

En cuanto al tratamiento, este “se centra en sesiones psicoeducativas que tratan de que el paciente vea con objetividad la crisis. Cuando el paciente tiene una crisis de este tipo piensa que va a tener un infarto, que se va a morir, que va a tener un derrame cerebral. Lo primero que hay que hacer es eliminar estas ideas distorsionadas, tratando de hacerle ver que una crisis de angustia, aun siendo muy molesta, no supone un riesgo grave para la salud. Hay que informar al paciente de qué son las crisis y cómo se generan. Después hay que tratar de modificar los pensamientos automáticos de los pacientes y cambiarlos por otros más positivos. El paciente tiene un pensamiento catastrófico y es necesario minimizar las consecuencias de la crisis. Habitualmente, desde que uno está bien hasta que está en la cumbre de la crisis pasan unos diez minutos, pero si uno espera la ansiedad se va pasando en poco tiempo aunque sea muy molesto”.

Todo esto se complementa con “la necesidad de enseñar al paciente técnicas de relajación para manejar la ansiedad y adiestrarle, asimismo, en el manejo de técnicas de respiración. También es preciso fomentar la idea de que no ha de cambiar de conductas, es decir que no tiene que evitar los lugares donde se desencadenó la crisis porque no por evitarlos las cosas van a ir mejor. De igual modo, Hay que informar a la familia para que ayude y entienda que no es una manía, un antojo, ni un signo de debilidad del paciente, sino que se trata de una enfermedad y hay que ayudarle, acompañándole a determinados sitios”.

El modo de actuación de quienes rodean a un agorafóbico es sencillo. “A veces lo que más calma la ansiedad es la tranquilidad, así que, aunque esté en una crisis aguda hay que tratar de mantener la calma. Hay que tratar de ayudar a respirar de forma adecuada y buscar ayuda médica lo más pronto posible. Si esta patología se trata de una manera precoz tiene mucha mejor solución que si se espera mucho tiempo porque la enfermedad no sólo se puede cronificar sino que puede empeorar con depresiones porque el paciente va complicándose la vida”.

Se trata ésta, de una cuestión de importancia. Precisa el médico psiquiatra que “habitualmente este tipo de problemas lo suelen tratar los médicos de cabecera. Según un estudio realizado en el Hospital de Basurto en los años 90 sobre 3.000 agorafóbicos, se comprobó que los pacientes que padecían este problema recorrían una media de siete médicos antes de acudir al psiquiatra: al cardiólogo, al digestivo, al especialista cardio-respiratorio, etc… Esto hace que se dispare el gasto sanitario y que se retrase mucho la atención sanitaria. Los pacientes no identifican los síntomas como algo psicológico y buscaban otros recursos médicos”.

Como puntualiza este psiquiatra, “existen manuales que se entregan a los pacientes en los que se recogen técnicas para disminuir los síntomas de ansiedad. Son técnicas de distracción que se practican para desviar la atención con estímulos neutros. Por ejemplo, ver los coches rojos o los que terminan en matrículas par o con cosas agradables para el paciente. Respirar con tranquilidad, no alarmarse son otras técnicas aconsejables e incluso se ha detectado el hecho de que para algunos pacientes, sólo el hecho de llevar la medicación en el bolsillo ya les resulta balsámico y tranquilizador”.
 

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